
I.- Sobre el escaparate.
Pienso en el escaparate como aquello que alberga, que cubre, que protege algo, aquello que se deja ver pero no tocar, se deja ver por el grado “inofensivo” que la cultura ha hecho de la mirada, aquí la mirada puede aparecer como un fundamento de la posesión. El tacto es aislado con ese vidrio que cubre el escaparte, se le impide al sujeto usar su tacto y ello se debe a una normatividad que impide que la cercanía del sujeto se de por medio del tacto, aquí hay un miedo originario que nos permite ver la distancia que le hemos dado al tacto. Uno no puede tocar lo que no es suyo, pensemos en el cuerpo del otro y en la tradición católica cuando hace mención de la cancelación del deseo por medio del tacto, pero aquí lo que está en juego es la posesión. La posesión ha sido enmarcada por la norma, así, si uno intenta poseer por “la fuerza” romperá el pacto social, pero uno puede poseer algo de manera legal, con un acuerdo entre partes para reafirmar la convivencia humana, refrendamos el pacto social aun y cuando se nos invite a poseer porque se espera de nosotros la aceptación de un acuerdo implícito del entendimiento normativo. El escaparate se dirige hacia el espectador y nos muestra un objeto con fines, ahora bien, si el escaparate muestra algo es porque hay un espectador cargado de intenciones y quizá ahí la idea de lo abominable nazca – de manera natural- para protegernos de nuestra propia cultura. Lo abominable no es motivo de compra porque escapa a la posesión, lo abominable no se vende. Se puede entender por abominable una sensación que anticipa a la razón, lo abominable sería eso que no tolera el organismo tanto social como individual, lo abominable se instalaría en los márgenes del organismo cultural y me parece tendría la función de protección. El correlato de lo abominable es eso que llamamos el agrado, es el gusto y uno podría pensar en los escaparates o vitrinas de la zona roja de Holanda, donde lo abominable para la moral católica sería la vitrina cargada de deseo, pero la moral católica considera más abominable la voluntad dominada por el deseo de los que las visitan. Los visitantes serían las víctimas de las vitrinas, la moral católica es tentada en la corrección de aquellos que recorren con la mirada los lugares de la posesión, lo que habita en las vitrinas es eso que la moral católica esconde y el problema de las vitrinas no es el del comercio sexual sino el de-mostrar la fragilidad humana para con la tentación. Lo que le alarma es la caída del hombre al ser tentado, pienso que la moral católica se alarma cuando el hombre es tentado, y creo se debe a que al ser tentado, el visitante ignora la mirada de Dios y escucha la palabra del deseo, de la tentación que quiere ser tocada.
Ahora bien, las vitrinas de la zona roja de Ámsterdam funcionan como escaparates que permiten la entrada de la mirada, no así del tacto. El tocar está relacionado con la cercanía y ahí, en las vitrinas de Ámsterdam, la cercanía sólo se puede dar por dos vías, una es el comercio, que por supuesto relaciona y la otra se puede dar por el vínculo afectivo. En el tocar y en el tentar al otro se nos hace visible un signo que señala la característica del vínculo. En el conocimiento que se tiene del otro el tacto podría jugar el papel de indicio, el tacto nos podría señalar el camino de relación que tenemos y que miramos a lo lejos. En el ver se observa una ligera mayor libertad que en el tocar, pero a que se debe eso. Se puede suponer que la mirada es incómoda según el tiempo que se destina al objeto, cuando uno mira por demasiado tiempo algo puede surgir la sospecha de la posesión, del deseo. En el mirar hay un tiempo enmarcado por la cultura, cuando uno mira al otro de manera atenta se puede sentir la mirada, aquí se puede hablar de que la mirada intentará tocar, aparece pues, la sensación de ser tocado con los ojos, con la mirada. Ese ser tocado con la mirada, ese ser visto de manera a-tenta es causa de incomodidad o de gratitud. En ambos casos la existencia del otro se pone por encima del entorno, es una mirada que busca la posesión de ese que ha traducido mi deseo. Quizá a ello se deba que la mirada considerada como lasciva sea una violación del tiempo implícito de la mirada cultural, podría ser una prolongación del sentido del tacto, una mirada que agarra, que posee intención de pertenencia, una mirada que ve en eso que se muestra un intento de posesión.
Comentarios