La gracia de soulwax



La  música siempre ha generado imágenes y nunca se lo ha propuesto, eso es un rasgo que la hace única y emblemática. Las imágenes que genera siempre acuden en la intimidad, brillan, sucumben y habitan dentro de nuestra comunidad anímica. Qué sería de nosotros, los que queremos ver todo, qué sería de nosotros sin párpados. Tanta gratitud le debemos a los párpados. Todo un elogio, toda una vida que ellos nos dan y que muy a nuestro pesar, clausuran nuestra mirada para dejarnos ver lo otro de nosotros, lo otro del mundo… Ahora, la música nos llega a gritos, en tonos que rebotan, pero siempre nos habita y entra por el oído. 

Mirando a soulwax

Ya ahí, soulwax, que en una traducción nos habla de alma, de ánimo, de espíritu. Lo otro, es la fuerte y delicada huella: la cera, siempre ahí, en la punta de las marcas, en la punta de los reconocimientos. Después y antes de la punta era el ruido, la mujer y todo su éxtasis. Miles de cigarros, litros de güisqui, cerveza, ron, olor de piedras, mariguana, jachis. Mujeres extasiadas y acalambradas del cuerpo al ritmo, y, sobre aquello, un aroma extenuante y vitalicio. Ahí los viejos reviven, la fuente de la eterna juventud está en el ruido. Las primeras notas, que no son las de aquellos clásicos, pero son las nuestras, las más repetitivas, las cansinas y taladrantes que pivotean en nosotros mismos. Erotismos los hay de tantos lados, de tantas formas, pero aquello era un festín. De cerca se podía ver el erotismo heroico de aquellos contemporáneos míos que no parecían estar donde siempre. La nota acompañaba el murmullo, luego la otra golpeaba duro, los de junto rebotaban, los de atrás se encimaban, los de adelante sudaban, había algo, era estridente y frágil: había hermosura. 

Todos arriban desde sus conmociones, llegan al terreno y ubican su tono. Música con sonidos filosos, puntiagudos, cuchilladas al cuerpo y temblores bajos que retumban. Se pegan en la bocina, somos animales, somos los “primitivos” sucumbiendo ante el palpitar del corazón, el pum, pum, pum, pegaba duro en la arquitectura del inmueble, había vida en aquello inerte. La bocina era el eje, es nuestro tambor. Sonoros y sonoridades de la época contemporánea. No lo sé. Acá había un ruido que se esparcía a manera de viento fresco,  la mayoría se agarraba y se impregnaba de los bafles, buffers, bocinas; instrumentos o máquinas que apuntaban hacia abajo, hacia las entrañas de la tierra. Sombras que aparecen en el terreno de lo mundano. Todos ahí, juntos, danzando, bailando, enloquecidos y desolados por los compases que golpeaban los tímpanos. Sin manera, sin tiempo y sin forma para no escuchar. 


Ya las drogas y estimulantes, unos artificiales, otros sagrados. Quién dice que no hay una reconciliación entre occidente y el mundo indígena, pues bien, ahí están, las drogas y los estimulantes: camuflaje, no hay certeza pero sí sensación. Dos mundos colocados en la mente de estos contemporáneos que danzan y se salen del mundo bajo el rigor de soulwax. Mestizaje y migraciones, de Marruecos al DF. Somos primos. Salen las bebidas y lo mismo pasa, ron, largos tragos de güisqui escocés, cerveza, tequila, mezcal y vodka con búfalo rojo. Todos para arriba y todos para abajo con los istmos rítmicos que salen de esas máquinas. Desconcierto.

Todo el montículo de enervantes y de sustancias que van hacia el interior del organismo estaban a punto de arrancar, era el festín. Jóvenes separados por lo de siempre pero con una pequeña comunión, aquello era una extraña continuidad de nuestro peculiar gusto por los sonidos lisos, por los ritmos gordos… La música, el olor, lo ilegal, el calor y había que añadir otro elemento que acompaña de la mano a eso del sonido: la luz. ¿Qué nos embriagaba en aquel evento, la luz cuando se prende o cuando está en un reposo silencioso? ¿La música cuando golpea el cuerpo o cuando se esconde en los mantos de aquellas máquinas? 

Hay algo obvio entre aquellos espectadores, siempre saben que pronto los dedos de aquel diyei tocaran los mescladores, bajara el agudo, subirá el grabe, quitará los contaminantes del ruido y dejará que el silencio se escurra para ir llenando el golpe final, el golpe de sonido que indica que esto sigue, el vaivén que indica que hay que salir de este lugar bajo otro tipo de experiencias. Es el golpe de suerte acompañado del loop, esa calada que es vital para continuar con el festín, ese instante donde se sube el ritmo, donde el pico sonoro encuentra un punto que no puede abandonar, nunca lo puede romper porque él mismo se cuida. Ruido y luz: matrimonio de sabios. 

De pronto, sólo el ruido grabe está con los tímpanos y los párpados se cierran, y las luces acompañan el movimiento del sonido. Hay una comunión entre sonido, luz y aroma. Todos siguen bailando, algunos brincan, otros cierran los ojos, otros llaman a los párpados, pero nadie puede cerrar los oídos. Recuerdo a uno de los más  viejos. Somos agua y nada altera más al agua que el ruido y el ruido no puede vivir sin aquello crepuscular: el movimiento. Ahí estamos, en el regocijo del baile, en el movimiento del cuerpo, ahí donde también nuestro ánimo se eleva, un minúsculo grado que nos desvanece por unos instantes, ignoramos la época, nos quebramos, nos reventamos. Habitar por unos momentos en aquello que arroja al espectador a un mundo “sonoro”: se llama soulwax aka 2 many djs, es el rave… y también es folclor.


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