transportes públicos


foto de animal político
Soportar la rutina es sentir una carga. Ahora veo a la gente, a los mismos mexicanos de siempre, a mis iguales, aquellos que van en el metro y en el transporte público. Los veo andar con un rostro, con un gesto, me muestran su dolor y su hastío,  nunca su vergüenza, incluso, en ciertos momentos muestran un orgullo proclamado en la frustración. Algunos me dejan ver el cuerpo y el rostro golpeado, demacrado, lleno de angustia y tensión, es, en este lugar, una condición de exaltación: una perla que sale para deslumbrar al terror. Vamos al vagón de las mujeres y algunas se maquillan, habrá  quienes tapen imperfecciones, lo psicológico les grita, otras son más aventuradas y tapan una condición social, las rebeldes, se atascan contra el estereotipo pero van mudas, otras sueñan con ser otras y se pintan “el mal tiempo con la buena cara”. Más maquillaje, más dolor, más amargura y menos regocijo y menos naturalidad y menos tiempo para lo importante, el maquillaje tapa la cara del que labora a manos de la explotación, enhorabuena, el maquillaje nos dice, acá no ha pasado nada: borra nuestra expresión, y en este mundo de vagones, sólo puede decir dolor.  Volvemos con todos y miramos que se aproxima una  estación, ahí vienen los túneles y el olor nos separa, aun así, somos obligados a replegarnos, se juntan, se aprietan, quieren ver la luz, sentir el aire, quieren salir, quieren gritar pero no queda sino seguir descendiendo. Las puertas nos soportan, suenan y no abren, es su venganza, ahora te ahogas y la presión sanguínea te avisa que no puede con este ritmo que nos han impuesto, no podemos. Notamos que inicia algo, es la rabia, la sientes, nos saluda pero la ignoramos, preferimos coquetearle a la mezquindad, ella nos doblega, nos deja tibios y timoratos, ella nos mantiene quietos. Bajamos y nuestros cuerpos son rígidos y oprimidos, movimientos monótonos y atrapados, tus ojos sólo ven líneas, el cerebro las procesa y se acumulan en regiones, poco a poco se van llenando, línea tras línea, no lo notamos y ya estamos en las escaleras, ellas no suben, seguimos bajando. Nos acomodan en filas, nadie se mira, otros se avientan con las mismas ganas  que tienen de ser tocados. Nadie tiene fuerza para brillar, quieren ser rescatados, se han apagado, hace tiempo andan extraviados y aun así presumen su sufrimiento; sé que alguien nos ve con una mirada que se muestra avergonzada y llena de rabia, esa mirada canta: ¿qué me dices con tu silencio y  tu oración? ¿Qué buscas con los ojos fatigados de cielo, más alto que la vida y sobre la pasión?[1]









[1] Alfonso Reyes

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