La gracia del mole


Dentro del pensamiento mexicano el mole es un platillo especial, un platillo que se usa para conmemorar un evento. Por lo general el mole acompaña la entrada de una nueva etapa de la vida, ya sea el matrimonio, los quince años, el bautizo, la primera comunión, la fiesta del pueblo o algún tipo de evento que posiciona a los personajes dentro de una nueva categoría social. Si pensamos al mole como un platillo emparentado con un ritual, notamos que ya en la fiesta se van disolviendo algunas de las personalidades, el padre que ahora será suegro, la niña que deja de serlo para mostrarnos a la mujer en potencia. Así, el mole posee cualidades que lo alejan de la frivolidad comercial y lo posicionan como un platillo que está presente en la mesa mexicana como uno de esos semas que evocan el arraigo religioso y mítico que está cultura tiene con sus alimentos. El mole tiene un sabor único y casi nadie atina cuando se trata de definirlo, se le considera como un platillo dulce pero picoso, algunos lo atienden como una salsa pero los más enérgicos lo definen como un platillo en sí mismo. El mole se acompaña con carne blanca, puede ser de pollo, gallina o guajolote. Dentro del mole se encuentran acomodados ingredientes que definen una tradición culinaria que desde un segundo momento es mesclada, fusionada y amalgamada con especias y sabores. Ya se asoma la pepita, la almendra cocida, el comino, la guayaba, el chile guajillo, el chile mulato, los ajos, el chocolate, la canela, etc. Los más inventivos agregan plátano macho, guayabas, pan dulce, nuez y avellanas. Se cuida y se le ve, se trata de no quemarlo, se le procura como aquellos momentos donde se atiende al enfermo o al amado. Así, el mole abre las papilas, las expande y ahí mismo, tal y como nos dice Doña Graciela, está la plenitud.

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