la gracia de los tratos


La voluntad de aquella mujer siempre se precipitaba hacía las malas noticias, su aspecto se degradaba y jamás le había ocurrido algo realmente terrorífico, sabía que lo desastroso venía de su conciencia, no dudaba de lo que sentía. Si sentía algo recurría al diccionario y ubicaba su sensación con la definición que daban aquellos libros de significados. Le parecía que los diccionarios eran los libros más fabulosos del mundo. Ella buscaba una cura en los diccionarios. Empleaba su tiempo en trabajos de poca concentración, llevaba cosas de aquí para allá, tenía esa gracia que sólo da la tristeza que se consuma en un rostro joven, tenía ese cuerpo repleto de heridas, un cuerpo valorado por el gusto masculino pero de difícil acceso, se proponía no dejar nada a la seducción pero tenía el encanto que aquellas buscan al destaparse. Ella era hermosa y buscaba una cura, ella creía en el amor pero odiaba las flores, le gustaba el café, la noche, el sueño, no hacer nada, odiaba despertar desvelada y con la boca llena de cigarros pero amaba fumar, ella quería que su piel fuera sentida como aquellos días en que descubrió que podía ser amable, quería descubrirse ante los ojos de aquel que le prestará atención. Caminaba y sus cercanos ya estaban más lejos, ellos ya habían decidido que el espectáculo sería su mejor lugar. Fiestas, no más fiestas, un día las dejó. Su rutina sufrió por un periodo, después aprendió que la rutina no era monotonía, era una experta en hacer lo mismo sin repetir las cosas. Era aburrida ante los ojos de los divertidos, pero era imponente ante los ojos de los apáticos. Dejaba el trabajo y caminaba hacía aquel lugar, la veía pero ella no miraba casi a nadie, sólo miraba a los perros y a los niños, ambos le parecían inofensivos.

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